-Ya pensaba que no venías.
La expresión de María es de extremo cansancio, ha sido un día duro y aún no se ha acabado. Si llevar una doble vida es duro, una triple debe ser insoportable.
-No me hables. Los Villegas son hijos de Caín, no de un farmacéutico.
Se desploma en uno de mis butacones, acomoda la cabeza y cierra los ojos, está exhausta. Ni siquiera me atrevo a preguntarle por mi trabajo de mañana. Ya me inventaré una escusa. Me acerco a ella por detrás y pongo las manos en sus hombros, justo cuando me va a mandar a la mierda aprieto exactamente donde debo y como debo. Deja escapar un suave gemido de rendición y con su silencio me permite que continúe con el masaje.
-Esto no tiene nada que ver con hacer manitas, ¿vale? Necesito que estés en forma para que espíes a esos psicópatas.
Con un gemido muestra su conformidad, o no, con mi planteamiento. Sé el efecto que tienen mis masajes. He conquistado muchas plazas imposibles gracias a ellos. Nos han hecho ganar mucho dinero, y me han proporcionado muchas horas de sexo. Hoy, me temo, ni siquiera conseguiré un simple “gracias”.
-Es tarde y he encargado comida para los dos. En mi armario hay un camisón tuyo y estás al borde de tus fuerzas. Te vas a quedar a dormir, así podremos repasar juntos el video de la reunión.
Un nuevo conato de réplica es silenciado con un leve crujido en su cuello seguido de un pequeño gemido. Sonrío, amo hacerla gemir, aunque sea de este modo. La victoria está a punto de caer de mi lado cuando me agarra por las muñecas y se libera de mi influjo. He estado tan cerca…
-¿Cómo es el camisón? No recuerdo haberme olvidado ninguno –me interroga con el ceño fruncido-.
-Uno negro, con encajes, muy bonito.
Me suelta las muñecas con cierta violencia y frunce el ceño aún más.
-Eso no es un camisón, es un picardías, tío listo.
-Para mí es lo mismo.
-Pues no lo es, Isaac.
-Vale, pues… te dejo uno de mis pijamas.
Pausa. Duda. Le apetece lo que le ofrezco, pero no se fía de mí. Supongo que me lo merezco.
-María, el calentador está encendido. Dúchate y ponte una muda limpia. Si quieres mi pijama, es tuyo. Si no lo quieres, ponte de nuevo tu ropa y acepta mi invitación para cenar. Yo te pago el taxi para que no tengas que conducir.
Otra pausa. Duda de nuevo.
-¿De qué has pedido la pizza? –interroga de nuevo con gran desconfianza.
-He llamado al “Gran Muralla VII” –contesto- y te he pedido una ensalada de gambas.
…
Cenamos visionando el vídeo de la reunión. El ángulo de la cámara no es el mejor, pero María ha sabido colocarse en un buen sitio para ver las caras de los tres hermanos y sus abogados. Y la de la prostituta. Para mi sorpresa ninguno de los asistentes a la reunión se ha fijado demasiado en el escote de mi espía. El sonido tiene algo de retardo con respecto a la imagen, pero es muy nítido. Se oyen perfectamente los insultos de Aldonza a sus dos hermanos.
-Sancho no dice nada –comento- se limita a sonreír a todos, como si nada de lo que hablan le incumbiese.
-Tiene mucha pasta –replica María justo antes de meterse una gamba en la boca- la herencia del farmacéutico no es gran cosa aparte de los famosos terrenos. Por mucho que griten al final se los tendrán que repartir.
-Espero que no, es más fácil negociar con un solo dueño que con tres. De todos modos, es mejor que Sancho se desentienda de los terrenos. Es un tipo peligroso.
María termina de masticar y tragar antes de hablarme de nuevo.
-No se desentiende del tema. Al final de la reunión, cuando después de cinco horas de gritos casi habían llegado a un acuerdo Sancho explotó.
-¿Porqué? –pregunto parando el visionado.
-Hay cosas del farmacéutico que la viuda olvidó poner en el testamento. Un viejo coche que al parecer vale un dinero, unos sellos que seguramente no valgan nada y su correspondencia personal en la que hay, entre otros tesoros, una carta de Anselmo Aguado, abuelo de Carmencita, ¿sabes que Aldonza llama Carmencita a la Aguado?, son amigas desde la infancia –aclara María poniendo a prueba mi paciencia- y una carta escrita de puño y letra del generalísimo Franco, así que ya sabes de qué ideas era el padre de las criaturas.
-¿Y?- le apremio con ansia.
-Resulta que Fernando Dulce, al abogado de Alonso, era muy amigo del difunto Sansón Villegas y, al parecer, le prometió su correspondencia personal, que guardaba en una caja de puros. A la muerte de éste, al bueno de Fernando no le pareció correcto pedírsela a la viuda, pero ahora que no esta… se la ha pedido a su hijo, Alonso. De hecho, a cambio, y a modo de favor, no le cobra por sus servicios como letrado.
-Mierda –mascullo-, continúa, ¿cuándo ha estallado Sancho?
-Justo después de que Fernando Dulce haya sacado el tema. Se ha puesto como una fiera y les ha dicho que el abogado miente, que la correspondencia es suya, que nunca la debió heredar su madre y que como intenten enfrentarse a él lo van a lamentar. Que si no se la dan por las buenas, será por las malas, y que entonces se quedará con todo.
El desánimo me inunda. Tarde. De nuevo tarde.
-¿Parecía… parecía fanfarronear? No, ¿verdad?
La expresión de María se ensombrece, contagiada de mi ánimo.
-No, Isaac, no fanfarroneaba. Ni siquiera levantó la voz cuando lo dijo, pero su tono estaba lleno de desprecio y de odio. Me dio miedo. Me da miedo.
-Eres una mujer tremendamente inteligente, María, que nadie se atreva a decirte lo contrario. ¿Cómo han reaccionado sus hermanos y Fernando Dulce?
-Ha sido la hecatombe. Rómulo Rivas, el abogado de Aldonza, ha sacado unos documentos donde demuestra que Sansón Villegas tenía una cuenta en Suiza con una cantidad indeterminada de dinero. Esa cuenta está bloqueada, se necesitan unos permisos y una documentación que nadie sabe donde está. Rómulo dice que están en la caja de puros, junto con la carta de Franco, y que tanto Fernando Dulce como Sancho lo sabían. Al final todo el mundo ha llamado ladrón a todo el mundo y la reunión se ha acabado... –María se toma un momento antes de contestar, es tan consciente como yo de la derrota - Tú lo sabías, ¿verdad? Pero Noah no, para eso querías saber la combinación de la caja fuerte de Carmen…
-No –la interrumpo- por una vez tus suposiciones han fallado. Sabía de la existencia de ese dinero, pero no me ha importado nunca. Lo que quería es lo que ha generado ese dinero.
-¿Y qué es? ¿O prefiero no saberlo?
-¿De verdad quieres que te lo cuente? ¿Puedo confiar en ti? Noah, efectivamente, no sabe nada de esto.
María calla. Me mira fijamente a los ojos y pone la espalda recta, como si quisiese parecer más grande.
-Siempre has podido confiar en mí, Isaac, siempre.
Sonrío, me acomodo, y le cuanto lo que descubrí de Sansón Villegas cuando me documentaba para la operación “Aguado”…
Desde el principio me extrañó que un simple farmacéutico tuviese aquellos terrenos tan extensos, así que investigué el asunto. No los había heredado, los había ido comprando poco a poco, hectárea a hectárea con un dinero cuya procedencia no estaba clara. Fui a su pueblo natal, a unos kilómetros de Tortuosa, y me enteré de que, todos los meses iban a su farmacia gente adinerada a comprar algo. Drogas, pensé en un primer momento, pero era demasiado dinero para un simple camello de pueblo, así que me quedé un par de días por allí para ver si averiguaba algo más y así fue como conocí a Malaquías, un octogenario con más de veinte hijos y una sola hija.
Malaquías había sido muy amigo de Sansón, ya que le sustituyó en el frente cuando llamaron al farmacéutico a filas durante la guerra civil. A su vuelta el padre de Sansón obsequió a la familia del soldado con un pequeño huerto y con toda su gratitud y amistad. Años después, cuando Sansón ya había heredado la farmacia de su padre, Malaquías le pidió un remedio a su amigo para que su mujer tuviese una niña, ya que al parecer sólo era capaz de engendrar varones. El farmacéutico le dio un jarabe que, si bien no garantizaba niñas, garantizaba la capacidad de intentarlo durante muchos años. Pasando los sesenta dejó embarazada a su mujer, casi veinte años más joven, de una niña. “La más bonita que ha visto este pueblo”, según su padre. Y ése era el gran secreto de Sansón Villegas, había descubierto el precursor de la Viagra.
Cuando Alonso entró a trabajar en la farmacia su padre no compartió el secreto con su hijo mayor, sin embargo, con los años, el pequeño, Sancho, de algún modo, lo descubrió. Se fue a Canadá con la fórmula bajo el brazo y entró en la directiva de Vancouver ZK Corp., sin duda sin el consentimiento de su padre, ya que la farmacéutica, tras el fichaje de Sancho, había comenzado a promocionar un nuevo remedio que supuestamente iba a desbancar a la Viagra… pero ninguna nueva patente de tal producto.
-En lugar de eso Sansón Villegas empezó a recibir dinero de los canadienses. Un dinero que metió en un banco Suizo –aventura María.
¿Es que nunca se equivoca con sus suposiciones?
-¿Es que nunca te equivocas con tus suposiciones?
-Casi nunca –sonríe ella, tan elegante como siempre.
-Pues sí. Cada mes, sin falta, Sansón recibía puntualmente el dinero desde Canadá. Hasta que murió, el año pasado, entonces el dinero dejó de llegar y Sancho fue ascendido a vicepresidente, sin duda bajo la promesa de heredar antes o después la patente.
-Y eso es lo que querías coger de la caja fuerte de Carmen, la patente.
-Sí –respondo-, pero me temo que ya es demasiado tarde. Sancho sabe lo de la patente, Fernando seguro que también y Aldonza peleará por esa maldita caja de puros hasta la muerte si cree que dentro está la llave de la cuenta suiza… Cada vez me quedan menos cosas que hacer en Tortuosa.
Nos quedamos en silencio unos segundos. Saboreando la derrota y el final de nuestra relación. Grandiosa en algunos momentos, mezquina la mayoría de ellos. Triste en el fondo, ardiente en la formas.
-Aún tenemos que hacernos con esos terrenos.
La miro y asiento.
-Aún tenemos que hacernos con esos terrenos.
-Venga, Isaac, sigamos visionando la reunión.
…
Es preciosa. Un horrible pijama de franela le queda como un guante, mucho mejor que a mí, desde luego. Duerme del mismo modo en que lo hace todo, con elegancia. Paso mi brazo derecho por debajo de sus piernas y el izquierdo por detrás de su espalda, me pego a ella e instintivamente se abraza a mi cuello. Con cierta dificultad la levanto del sofá, pesa más de lo que aparenta. Hunde su nariz en mi cuello y mi cuerpo se estremece, su perfume natural me inunda y me derrota. Dios, cómo echo de menos el roce de su cuerpo, la caricia de sus labios… La tumbo sobre la cama y la admiro. Un cuerpo echo para disfrutar, una mujer hecha para soñar. No lleva sujetador, no había ninguna muda limpia aquí, así que o me ha birlado unos slips o no lleva nada debajo del pantalón. Me temo que es algo que nunca sabré. La tapo y la arropo, incluso me permito el lujo de acariciarle el pelo. Me inclino para darle un beso en la mejilla pero cambio de opinión a mitad de camino. Cojo un pijama del armario y un par de mantas. Salgo de la habitación y cierro la puerta. Dejo las mantas sobre el sofá y me meto en la ducha. El agua tibia comienza a derramarse sobre mí cuando repaso de memoria el video grabado por María. Otro desastre, otra derrota, adiós a otro objetivo. Una a una las razones para venir a Tortuosa se ha ido convirtiendo en cenizas. Ya sólo queda un negocio por cerrar y es de Noah. Ni siquiera necesito estar aquí con María de nuestro lado. María. Lo único que me retiene en este sitio de nombre singular. Juro que cuando esto termine, para bien o para mal, Paula será cosa del pasado. Miro mi reflejo en los azulejos del baño y aparto la mirada avergonzado. Vergüenza, un nuevo sentimiento. María, te juro que cuando esto termine, al menos tú habrás ganado.
-Te lo juro –susurro a las gotas de agua mientras me invade una infinita y amarga tristeza.
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