jueves, 7 de mayo de 2009

Semana 10, oscuros secretos y pastillas azules.

-Ya pensaba que no venías.

La expresión de María es de extremo cansancio, ha sido un día duro y aún no se ha acabado. Si llevar una doble vida es duro, una triple debe ser insoportable.

-No me hables. Los Villegas son hijos de Caín, no de un farmacéutico.

Se desploma en uno de mis butacones, acomoda la cabeza y cierra los ojos, está exhausta. Ni siquiera me atrevo a preguntarle por mi trabajo de mañana. Ya me inventaré una escusa. Me acerco a ella por detrás y pongo las manos en sus hombros, justo cuando me va a mandar a la mierda aprieto exactamente donde debo y como debo. Deja escapar un suave gemido de rendición y con su silencio me permite que continúe con el masaje.

-Esto no tiene nada que ver con hacer manitas, ¿vale? Necesito que estés en forma para que espíes a esos psicópatas.

Con un gemido muestra su conformidad, o no, con mi planteamiento. Sé el efecto que tienen mis masajes. He conquistado muchas plazas imposibles gracias a ellos. Nos han hecho ganar mucho dinero, y me han proporcionado muchas horas de sexo. Hoy, me temo, ni siquiera conseguiré un simple “gracias”.

-Es tarde y he encargado comida para los dos. En mi armario hay un camisón tuyo y estás al borde de tus fuerzas. Te vas a quedar a dormir, así podremos repasar juntos el video de la reunión.

Un nuevo conato de réplica es silenciado con un leve crujido en su cuello seguido de un pequeño gemido. Sonrío, amo hacerla gemir, aunque sea de este modo. La victoria está a punto de caer de mi lado cuando me agarra por las muñecas y se libera de mi influjo. He estado tan cerca…

-¿Cómo es el camisón? No recuerdo haberme olvidado ninguno –me interroga con el ceño fruncido-.

-Uno negro, con encajes, muy bonito.

Me suelta las muñecas con cierta violencia y frunce el ceño aún más.

-Eso no es un camisón, es un picardías, tío listo.

-Para mí es lo mismo.

-Pues no lo es, Isaac.

-Vale, pues… te dejo uno de mis pijamas.

Pausa. Duda. Le apetece lo que le ofrezco, pero no se fía de mí. Supongo que me lo merezco.

-María, el calentador está encendido. Dúchate y ponte una muda limpia. Si quieres mi pijama, es tuyo. Si no lo quieres, ponte de nuevo tu ropa y acepta mi invitación para cenar. Yo te pago el taxi para que no tengas que conducir.

Otra pausa. Duda de nuevo.

-¿De qué has pedido la pizza? –interroga de nuevo con gran desconfianza.

-He llamado al “Gran Muralla VII” –contesto- y te he pedido una ensalada de gambas.



Cenamos visionando el vídeo de la reunión. El ángulo de la cámara no es el mejor, pero María ha sabido colocarse en un buen sitio para ver las caras de los tres hermanos y sus abogados. Y la de la prostituta. Para mi sorpresa ninguno de los asistentes a la reunión se ha fijado demasiado en el escote de mi espía. El sonido tiene algo de retardo con respecto a la imagen, pero es muy nítido. Se oyen perfectamente los insultos de Aldonza a sus dos hermanos.

-Sancho no dice nada –comento- se limita a sonreír a todos, como si nada de lo que hablan le incumbiese.

-Tiene mucha pasta –replica María justo antes de meterse una gamba en la boca- la herencia del farmacéutico no es gran cosa aparte de los famosos terrenos. Por mucho que griten al final se los tendrán que repartir.

-Espero que no, es más fácil negociar con un solo dueño que con tres. De todos modos, es mejor que Sancho se desentienda de los terrenos. Es un tipo peligroso.

María termina de masticar y tragar antes de hablarme de nuevo.

-No se desentiende del tema. Al final de la reunión, cuando después de cinco horas de gritos casi habían llegado a un acuerdo Sancho explotó.

-¿Porqué? –pregunto parando el visionado.

-Hay cosas del farmacéutico que la viuda olvidó poner en el testamento. Un viejo coche que al parecer vale un dinero, unos sellos que seguramente no valgan nada y su correspondencia personal en la que hay, entre otros tesoros, una carta de Anselmo Aguado, abuelo de Carmencita, ¿sabes que Aldonza llama Carmencita a la Aguado?, son amigas desde la infancia –aclara María poniendo a prueba mi paciencia- y una carta escrita de puño y letra del generalísimo Franco, así que ya sabes de qué ideas era el padre de las criaturas.

-¿Y?- le apremio con ansia.

-Resulta que Fernando Dulce, al abogado de Alonso, era muy amigo del difunto Sansón Villegas y, al parecer, le prometió su correspondencia personal, que guardaba en una caja de puros. A la muerte de éste, al bueno de Fernando no le pareció correcto pedírsela a la viuda, pero ahora que no esta… se la ha pedido a su hijo, Alonso. De hecho, a cambio, y a modo de favor, no le cobra por sus servicios como letrado.

-Mierda –mascullo-, continúa, ¿cuándo ha estallado Sancho?

-Justo después de que Fernando Dulce haya sacado el tema. Se ha puesto como una fiera y les ha dicho que el abogado miente, que la correspondencia es suya, que nunca la debió heredar su madre y que como intenten enfrentarse a él lo van a lamentar. Que si no se la dan por las buenas, será por las malas, y que entonces se quedará con todo.

El desánimo me inunda. Tarde. De nuevo tarde.

-¿Parecía… parecía fanfarronear? No, ¿verdad?

La expresión de María se ensombrece, contagiada de mi ánimo.

-No, Isaac, no fanfarroneaba. Ni siquiera levantó la voz cuando lo dijo, pero su tono estaba lleno de desprecio y de odio. Me dio miedo. Me da miedo.

-Eres una mujer tremendamente inteligente, María, que nadie se atreva a decirte lo contrario. ¿Cómo han reaccionado sus hermanos y Fernando Dulce?

-Ha sido la hecatombe. Rómulo Rivas, el abogado de Aldonza, ha sacado unos documentos donde demuestra que Sansón Villegas tenía una cuenta en Suiza con una cantidad indeterminada de dinero. Esa cuenta está bloqueada, se necesitan unos permisos y una documentación que nadie sabe donde está. Rómulo dice que están en la caja de puros, junto con la carta de Franco, y que tanto Fernando Dulce como Sancho lo sabían. Al final todo el mundo ha llamado ladrón a todo el mundo y la reunión se ha acabado... –María se toma un momento antes de contestar, es tan consciente como yo de la derrota - Tú lo sabías, ¿verdad? Pero Noah no, para eso querías saber la combinación de la caja fuerte de Carmen…

-No –la interrumpo- por una vez tus suposiciones han fallado. Sabía de la existencia de ese dinero, pero no me ha importado nunca. Lo que quería es lo que ha generado ese dinero.

-¿Y qué es? ¿O prefiero no saberlo?

-¿De verdad quieres que te lo cuente? ¿Puedo confiar en ti? Noah, efectivamente, no sabe nada de esto.

María calla. Me mira fijamente a los ojos y pone la espalda recta, como si quisiese parecer más grande.

-Siempre has podido confiar en mí, Isaac, siempre.

Sonrío, me acomodo, y le cuanto lo que descubrí de Sansón Villegas cuando me documentaba para la operación “Aguado”…
Desde el principio me extrañó que un simple farmacéutico tuviese aquellos terrenos tan extensos, así que investigué el asunto. No los había heredado, los había ido comprando poco a poco, hectárea a hectárea con un dinero cuya procedencia no estaba clara. Fui a su pueblo natal, a unos kilómetros de Tortuosa, y me enteré de que, todos los meses iban a su farmacia gente adinerada a comprar algo. Drogas, pensé en un primer momento, pero era demasiado dinero para un simple camello de pueblo, así que me quedé un par de días por allí para ver si averiguaba algo más y así fue como conocí a Malaquías, un octogenario con más de veinte hijos y una sola hija.

Malaquías había sido muy amigo de Sansón, ya que le sustituyó en el frente cuando llamaron al farmacéutico a filas durante la guerra civil. A su vuelta el padre de Sansón obsequió a la familia del soldado con un pequeño huerto y con toda su gratitud y amistad. Años después, cuando Sansón ya había heredado la farmacia de su padre, Malaquías le pidió un remedio a su amigo para que su mujer tuviese una niña, ya que al parecer sólo era capaz de engendrar varones. El farmacéutico le dio un jarabe que, si bien no garantizaba niñas, garantizaba la capacidad de intentarlo durante muchos años. Pasando los sesenta dejó embarazada a su mujer, casi veinte años más joven, de una niña. “La más bonita que ha visto este pueblo”, según su padre. Y ése era el gran secreto de Sansón Villegas, había descubierto el precursor de la Viagra.

Cuando Alonso entró a trabajar en la farmacia su padre no compartió el secreto con su hijo mayor, sin embargo, con los años, el pequeño, Sancho, de algún modo, lo descubrió. Se fue a Canadá con la fórmula bajo el brazo y entró en la directiva de Vancouver ZK Corp., sin duda sin el consentimiento de su padre, ya que la farmacéutica, tras el fichaje de Sancho, había comenzado a promocionar un nuevo remedio que supuestamente iba a desbancar a la Viagra… pero ninguna nueva patente de tal producto.

-En lugar de eso Sansón Villegas empezó a recibir dinero de los canadienses. Un dinero que metió en un banco Suizo –aventura María.

¿Es que nunca se equivoca con sus suposiciones?

-¿Es que nunca te equivocas con tus suposiciones?

-Casi nunca –sonríe ella, tan elegante como siempre.

-Pues sí. Cada mes, sin falta, Sansón recibía puntualmente el dinero desde Canadá. Hasta que murió, el año pasado, entonces el dinero dejó de llegar y Sancho fue ascendido a vicepresidente, sin duda bajo la promesa de heredar antes o después la patente.

-Y eso es lo que querías coger de la caja fuerte de Carmen, la patente.

-Sí –respondo-, pero me temo que ya es demasiado tarde. Sancho sabe lo de la patente, Fernando seguro que también y Aldonza peleará por esa maldita caja de puros hasta la muerte si cree que dentro está la llave de la cuenta suiza… Cada vez me quedan menos cosas que hacer en Tortuosa.

Nos quedamos en silencio unos segundos. Saboreando la derrota y el final de nuestra relación. Grandiosa en algunos momentos, mezquina la mayoría de ellos. Triste en el fondo, ardiente en la formas.

-Aún tenemos que hacernos con esos terrenos.

La miro y asiento.

-Aún tenemos que hacernos con esos terrenos.

-Venga, Isaac, sigamos visionando la reunión.



Es preciosa. Un horrible pijama de franela le queda como un guante, mucho mejor que a mí, desde luego. Duerme del mismo modo en que lo hace todo, con elegancia. Paso mi brazo derecho por debajo de sus piernas y el izquierdo por detrás de su espalda, me pego a ella e instintivamente se abraza a mi cuello. Con cierta dificultad la levanto del sofá, pesa más de lo que aparenta. Hunde su nariz en mi cuello y mi cuerpo se estremece, su perfume natural me inunda y me derrota. Dios, cómo echo de menos el roce de su cuerpo, la caricia de sus labios… La tumbo sobre la cama y la admiro. Un cuerpo echo para disfrutar, una mujer hecha para soñar. No lleva sujetador, no había ninguna muda limpia aquí, así que o me ha birlado unos slips o no lleva nada debajo del pantalón. Me temo que es algo que nunca sabré. La tapo y la arropo, incluso me permito el lujo de acariciarle el pelo. Me inclino para darle un beso en la mejilla pero cambio de opinión a mitad de camino. Cojo un pijama del armario y un par de mantas. Salgo de la habitación y cierro la puerta. Dejo las mantas sobre el sofá y me meto en la ducha. El agua tibia comienza a derramarse sobre mí cuando repaso de memoria el video grabado por María. Otro desastre, otra derrota, adiós a otro objetivo. Una a una las razones para venir a Tortuosa se ha ido convirtiendo en cenizas. Ya sólo queda un negocio por cerrar y es de Noah. Ni siquiera necesito estar aquí con María de nuestro lado. María. Lo único que me retiene en este sitio de nombre singular. Juro que cuando esto termine, para bien o para mal, Paula será cosa del pasado. Miro mi reflejo en los azulejos del baño y aparto la mirada avergonzado. Vergüenza, un nuevo sentimiento. María, te juro que cuando esto termine, al menos tú habrás ganado.

-Te lo juro –susurro a las gotas de agua mientras me invade una infinita y amarga tristeza.

martes, 5 de mayo de 2009

Semana 9, los hijos del farmacéutico.

-Atento, están a punto de alcanzar tu posición.

Un comentario como ése, realizado a través del móvil, me devuelve la esperanza de que María vuelva a sentirse cómoda en su papel de espía. No cabe duda de que es una profesional, y de que le encantan las películas de Tom Cruise. Aguardo pacientemente dentro del cuartito del café removiendo un líquido imaginario para disolver azúcar imaginaria dentro de una taza de verdad hasta que ante mis ojos pasan los dos primeros enemigos. Bebo un sorbo imaginario para poder taparme la cara sin levantar sospechas, aunque no me prestan la más mínima atención. Me han bastado un par de segundos para poder reconocerlos.

Aldonza Villegas, la hija pequeña, treinta y siete años, alcohólica, divorciada en dos ocasiones, numerosos episodios de histeria en lugares públicos, denunciada por agresión en cada uno de ellos, nunca condenada. De los tres hermanos es la que más arruinada está, por eso ha contratado al abogado más caro.

Rómulo Rivas, abogado de Aldonza, cincuenta y cuatro años, con la mitad de escrúpulos que Lucifer y el doble de dinero que Dios. Un genio criminal del derecho que firma con una doble erre y con una cartera de clientes cuyas dos terceras partes son mujeres, lo cual me permite formular una teoría. Está aún más enfermo que yo.

Mi móvil vuelve a vibrar dentro del bolsillo de mi camisa, es María, le cuelgo, sé lo que me va a decir. Apenas medio minuto después vuelvo a sorber el aire.

Alonso Villegas, el mayor, cincuenta y seis, farmacéutico, mancebo desde los quince, soltero, aún vive en la casa donde nació. Cuidaba de su madre hasta el fallecimiento de ésta. Posible homosexual frustrado, y puestos a suponer, no sería de extrañar que hubiese alterado la medicación de su madre lo suficiente como para que no la necesitase nunca más.

Fernando Dulce, abogado de Alonso, sesenta y ocho años, con el aspecto de un enorme gato castrado y la fuerza vital de uno. Abogado de la familia Villegas hasta la muerte del cabeza de familia, Sansón Villegas. Tras su fallecimiento su viuda contrató los servicios de la asesoría Aguado.

El tercer sorbo no se hace esperar y esta vez sí que es necesario. Alertados por algún ser malvado los dos nuevos contendientes reparan en mi presencia y me sonríen. El contacto visual ha durado menos de un segundo pero ha bastado para darme cuenta de que el segundo hijo de Sansón Villegas, Sancho, es el más peligroso de los tres. Y de que, para mi sorpresa, Noah ha cometido un error en su informe, dado que la preciosa acompañante de Sancho difícilmente puede ser un abogado de setenta años de nombre Jose Antonio.

La información suministrada por Noah salta del limbo a mi mente con la misma facilidad que antes. Sancho Villegas, cuarenta y dos, ingeniero químico, ingeniero farmacobiólogo, un portento mental y malo hasta la médula. Vicepresidente de la farmacéutica canadiense Vancouver ZK Corp. y el hermano con menos interés en los terrenos de su padre.

-Hola cariño.

-Hola amor.

Ése en nuestro saludo en horas de oficina, aunque estamos pensando en cambiarlo. Puede que María deje de ser mi novia cornuda en breve, dependiendo de cómo vaya la operación Villegas.

-Tenemos una nueva jugadora –susurra María en un tono neutro, natural, fingiendo una sonrisa mientras saquea el tarro de la sacarina para equipar su bandeja del café.

-Ya me he dado cuenta- respondo.

-Cómo no ibas a hacerlo, es una chica guapa- replica sin mirarme.

-Tiene cara de puta.

Se toma una pausa en la organización de la bandeja y me mira a los ojos sin fingir ninguna sonrisa.

-Muy sutil, Eduardo, muy sutil.

-No pretendía ofenderte.

-No lo has hecho. Recuerda que ofende el que puede, no el que quiere. De todos modos llevas razón, es una puta. En sentido literal, me sorprende que no la hayas visto en ningún book.

Por este tipo de incidentes yo soy el agente de campo, si Noah estuviese aquí saldría corriendo al grito de cancelar, cancelar.

-Eso puede ser un problema, si tú la has visto a ella igualmente ella o el propio Sancho pueden haber visto a Paula, ¿no?

-No lo creo -sonríe orgullosa-, Paula también está en un book, pero mucho más exclusivo. Cuesta una verdadera pasta echar un pequeño vistazo, eso ayuda a llevar una doble identidad a las que aparecen en él. Además, algunas de las fotos son sólo un reclamo, varias de las chicas que allí aparecen no son profesionales, aunque cobran por aparecer en el book. En especial las famosas.

Meses atrás yo mismo pagué por ver esas fotos. No les presté demasiada atención, dado que ya tenía elegida de antemano a Paula, sin embargo no se me escapó una inocente foto de cierta famosa presentadora que sonreía confiada a la cámara. La anoté mentalmente en mi agenda para cuando abandonase Tortuosa pero, dada mi suerte actual, sin duda se trataba de un sonriente reclamo.

-Está bien, seguiremos con el plan entonces, ¿llevas la grabadora?

-Sí –responde María-, y la cámara justo aquí.

Se lleva su delicado dedo índice junto a un broche estratégicamente situado junto a su generoso y añoradísimo escote. Normalmente no suele ser tan descocada en la oficina, su atrevido atuendo, además de para torturarme, es para captar la atención de los asistentes a la reunión y que miren al objetivo de la cámara espía alojado en el broche. Bien pensado es complicado que Sancho pueda reconocer a María, para ello tendría que mirarla a la cara.

-¿Sabes Eduardo? Tengo un regalito guardado para ti aquí mismo –susurra en un más que sugerente tono acariciándose el contorno del broche- ¿lo quieres? Pídemelo por favor y es tuyo.

La tortura a la que me somete atenta frontalmente con la convención de Ginebra. Nada bueno puede salir de esto, pero aunque pudiera resistirme, no lo haría. Mi nuevo psicólogo es tan efectivo como el anterior.

-Por favor, María, dámelo. Dame tu regalo.

Me sonríe con una sensualidad que no veía desde hace semanas, cuando un apagón y una inoportuna llamada de teléfono arruinaron un grandioso strip tease, y se desabrocha el botón de la chaqueta. Con el mismo dedo que usaba para tocarse el broche comienza a dibujar una línea imaginaria que comienza en su cuello, baja por su precioso escote y acaba... en el bolsillo interior de su chaqueta.

-Toma –ordena alegremente ofreciéndome una galleta- para que tengas un desayuno equilibrado. Te estás inflando de café y aún no has comido nada.

Miro la galleta un tanto atónito y la saco del envoltorio. La muerdo y la saboreo, no está mal, aunque un poco seca para mi gusto.

-¿Te gusta? Me la he encontrado esta mañana en mi buzón, es una muestra gratuita, y como yo no tengo perro, pues pensé en dártela a ti –sentencia con una sonrisa.

Me trago el trozo de galleta justo cuando se terminan sus palabras. Algunos de nuestros compañeros comienzan a acompañarnos en el cuartito del café y nos miran con poco disimulo.

-Bueno, cariño, voy a llevarle la bandeja a Carmen. Cenamos en tu casa y te cuento que tal me ha ido el día, ¿te parece? Creo que la reunión se va a alargar y que hoy no podremos comer juntos.

Antes de irse me estampa un pequeño beso en los labios que no se parece en nada al que me regaló en su día y que me hace sentir muy triste.

-Hasta luego, amor.

-Hasta luego, cielo.

Y se va, con su habitual bamboleo, elegante como siempre y bella como nunca. Un poco más cínica y un tanto más amargada que antes de conocernos. Bien Isaac. De nuevo has terminado de estropear algo bello.

-Eduardo, ¿quedan galletas?

Me giro para encararme con un compañero, cuyo nombre no me he aprendido ni planeo hacerlo.

-De estas no –le contesto acabándomela de un bocado.

martes, 31 de marzo de 2009

Semana 8, manitas de cerdo.

-¿Alguna vez comes algo distinto a las gambas?

María mastica cien veces su gamba antes contestar. A ratos me odia. A ratos no. En ocasiones vuelve a ser mi aliada, mi espía. Esta no es una de esas ocasiones.

-Sabes que he tenido que comer cosas peores. Tú mismo me has obligado a ello.

Sus palabras me parten en dos. Nadie excepto ella tiene ese poder sobre mí. No entiendo por qué busco su compañía con tanto ahínco a pesar de que nuestros encuentros suelen terminar de un modo desagradable.

-Explícate.

No es necesario que lo haga. Sé a qué se refiere y por primera vez en mi vida me siento mal por ello.

-No hace mucho iba por las tardes a tu casa y me quedaba hasta tarde. Te acuerdas ¿verdad? Seguro que te acuerdas…

Vuelve a meterse una gamba en la boca y la mastica más tiempo del necesario. Me hace esperar, me hace sufrir. El silencio me golpea sin piedad. Quiere recordarme qué tipo de canalla soy.

-… y cuando me quedaba a cenar pedías pizza. Yo odio la pizza.

Otra gamba. Otra pausa. Me da la oportunidad de réplica, me quiere zambullir en una lucha que tengo perdida de antemano.

-Odias la pizza.

Y esa es toda mi réplica.

-Odio la pizza- corrobora María - ¿Pensabas que me refería a otra cosa, Isaac? ¿Tienes algún remordimiento, algo en la conciencia que te haya hecho creer otra cosa? ¿Tienes conciencia Isaac?

He destruido vidas por menos de eso. He hecho suplicar a gente por la mitad de su desfachatez… pero siempre se lo merecían. ¿O no? De todos modos María no se lo merece. Tiene todo el derecho del mundo a odiarme y a hacerme sentir mal. Lo que no sabía es que alguien tuviera ese poder.

-Lo siento.

A los dos nos sorprenden las palabras. Son palabras sinceras, tristes incluso. Cargadas de humildad y humanidad. El tipo de palabras que son incapaces de salir de mi boca. Y sin embargo, lo han hecho. María me mira incrédula, el odio desaparece de sus ojos y su mirada se llena de una inmensa compasión. Siempre he preferido dar asco antes que pena, pero no me siento con ánimos para intentar dar asco.

-Siento haber pedido pizza cada noche. Siento no haber preguntado sobre tus gustos, o si tenías hambre. Siento que…

-No te atrevas…

De nuevo el odio la inunda. Sus pupilas se encienden y me queman el alma, la carne, la existencia. Casi parece a punto de clavarme su tenedor de ensalada. Pero ¿qué es lo que la ha enfadado tanto?

-María yo...

-Suéltame la mano, Isaac. Ahora mismo.

Bajo la mirada y descubro cómo mi cuerpo me ha traicionado como nunca antes lo había hecho. Allí abajo, a kilómetros de distancia, mi mano derecha, por voluntad propia, ha tomado la preciosa mano de María mientras mi pulgar, osadamente, le acaricia el dorso de la misma. Instintivamente, y con tremendo esfuerzo, la libero.

-Yo…

-No vuelvas a intentar nada parecido, Isaac. Sé quién eres, no me vas a engañar, no soy una de esas bobas tetudas que coleccionas. No me deslumbra tu dinero, veo perfectamente lo sucio que estás.

-Yo…

-Tú me has metido en tu cama cada noche por dinero. Y yo lo he cogido. Eso no cambiará nunca, Isaac. No sé cuánto más tendremos que seguir con esta farsa, ni cuándo te perderé de vista, pero no vuelvas a intentar hacer manitas conmigo otra vez, Isaac. Porque lo mando todo a la mierda. Te lo juro.

Tras su discurso clava sus pupilas en las botellas hay al otro lado de la barra. Traerla a un bar de tapas no ha servido de nada, el restaurante chino no le daba ventaja, es que es muy buena.

-A ver pareja, ¿cómo están esas gambitas?

-Muy buenas –responde María con una sonrisa al camarero que ha olido el mal rollo y pretende sofocarlo con una no solicitada dosis extra de simpatía.

-Bueno, ¿qué os pongo por aquí? ¿Os traigo una de manitas de cerdo?

-No gracias –replica mirándome- de eso ya estamos servidos.



-No pasa nada Isaac, de todos modos, yo también estoy cansada. ¿Te quedas a dormir de todos modos?

El tono condescendiente de Carmen Aguado es casi tan humillante como el contacto de mi fláccido miembro contra mi muslo.

-Venga, no te pongas así, de verdad que no me importa. Vamos a quedarnos así abrazaditos, en realidad lo prefiero…

Claro, aún debe durarte la que te dio Maktum. No necesito oírte hablar en tercera persona para despreciarte. Me lo has arrebatado todo, maldita zorra presuntuosa. ¿Cómo pude enamorarme de ti? Dios, soy un verdadero enfermo.

-Dime algo, Isaac.

Y lo hago. Me disculpo. Me disculpo y me voy. Con la mirada compasiva de Carmen Aguado aún fresca me monto en mi coche y me voy. Si al menos tuviera aquí mi Porsche… No, no necesito una tirita, necesito una cura. Una mano que se revela y busca cariño y mi primera disfunción en la misma tarde no pueden ser casualidad. Como no puede ser casualidad la placa dorada que reluce en mitad de la noche, por eso me bajo del coche y voy en su busca. Ni siquiera me sorprende encontrar una respuesta en su cuidada serigrafía. Entro en el portal y llamo al ascensor. Le doy tres segundos de gracia y me lanzo escaleras arriba. Mi suerte no se ha acabado, la puerta es de cristal y hay luz dentro. Un chico joven repasa unos papeles en la que debe ser la mesa de recepción. Golpeo el cristal para llamar su atención.

-Necesito ver al doctor Rosano –grito a través de la puerta.

El chico se sobresalta al oír mis golpes. Está asustado, o lo parece.

-No está –dice tímidamente- se fue hace horas… es un poco tarde…

Miro la hora, son más de las diez de la noche, aún así saco de mi cartera un billete de quinientos euros y lo pego al cristal.

-Necesito ver a un psicólogo.

martes, 17 de marzo de 2009

Semana 7, el arca de la alianza.

-Sube.

-Gracias, pero ya he pedido un taxi.

-He dicho que subas.

El tono de María es, cuando menos, poco amigable, pero he de agradecer que vuelva a hablarme. Tengo que reconocer que la echo de menos. Y no sólo a Paula. Incluso ha conseguido que añore ese horrible restaurante chino. Hace días que me deja sus papeles en el buzón para no tener que verme, es una auténtica sorpresa encontrármela aquí, en la puerta de mi bloque de apartamentos, esperándome para llevarme a la estación de trenes. Su preciosa mirada castaña no me lanza su odio habitual, es más bien rabia e impaciencia. Antes de que me obsequie con un improperio me monto en su coche, lo siento por el taxista.

-De verdad que no hacía falta María, ahora tengo una pequeña cuenta de gastos y el taxi me lo paga la asesoría… aunque es un detalle que quieras llevarme a la estación.

-Cállate un rato, ¿quieres?

Y me callo. Aún no me explico cómo ni por qué dejo que me hable así. Nadie me ha hablado así nunca sin pagar las consecuencias. Supongo que a esto se refería mi psicólogo. “Crees que como niegas tus sentimientos eres intocable. Nadie puede herirte y si alguien se enfrenta a ti lo destruyes. Has creado un muro a tu alrededor y no dejas que nadie lo traspase. Sólo te relacionas con prostitutas, ¿sabes lo peligroso que es eso? Cuando tengas que enfrentarte a una situación en la que no quieras o no puedas destruir a quien te planta cara, ¿cómo reaccionarás? No eres intocable, Isaac, y antes o después te sacarán de tu error”. Sí, he de cambiar de psicólogo.

-Creo que vamos en la dirección equivocada, por aquí se sale de la ciudad.

-Cállate un rato Isaac, por favor.

Herida en su orgullo, enfadada, triste, rabiosa. Y eso es sólo lo que veo por encima. Si yo fuera psicólogo… me ahorraría una pasta.

-María, ¿se puede saber adónde me llevas?

-A “La marina”.

-¿El ejército?

-El aeropuerto, gilipollas.

Mastico su insulto unos minutos hasta que llegamos al aeropuerto de Tortuosa. Sin dirigirnos la palabra (ahora los dos estamos heridos en nuestros respectivos orgullos) alcanzamos la terminal internacional. “Llegadas”, reza el cartel que nos indica el camino. Una vez allí dentro, cuando estoy apunto de decir algo ella me agarra de las solapas de la chaqueta y se coloca a menos de un milímetro de mí. Sus abultados senos se aplastan contra mi pecho, un enorme calor me inunda y una presión en mi entrepierna me recuerda que hace días que no pruebo el sabor de una mujer. La agarro de la cintura y la aprieto contra mí, para que ella también pueda sentir la presión. Me gustaría hacérselo aquí mismo, delante de todos. Acerco mis labios a los suyos pero ella tiene otros planes para ellos.

-Mira por encima de mi hombro, pero no descaradamente, no debe vernos –me ordena con una sonrisa mal fingida, una sonrisa para el público, no para mí. Quiere que sepa que me odia.

-¿Qué es lo que debo ver? ¿Quién no debe vernos? –le susurro al oído, fingiendo palabras de amor. Su perfume se clava en mis sentidos y comienzo a rememorar nuestras noches de pasión, de auténtico sexo profesional.

-Deja de olisquearme, estamos espiando…

Abro los ojos y la veo. Su pelo rubio ya no me parece tan bien moldeado. Su atuendo me parece anticuado y sus movimientos poco elegantes. Su expresión sombría y su súbita sonrisa, falsa… pero… ¿a quién sonríe Carmen Aguado?

-Mierda –susurro- es Maktum…

-Maktum bin Saeed Al Nahayan, para más señas –aclara María-, acaba de llegar desde Dubai en su jet privado. Ha llegado con su inmaculado atuendo árabe cargado de pasta. Ha tardado diez horas en llegar a este sitio de mierda para hablar con la directora de una asesoría de mierda. Y, ¿por qué? Porque quiere comprarla. ¿Y cuánto va a pagar? Una cantidad obscena de dinero. ¿Y por qué va a hacer eso? –me aleja de ella con un suave empujón y me clava las pupilas en las gafas de pega- ¿por qué Isaac? ¿Por qué le interesa tanto una asesoría de mierda?

Antes de responder intento imaginar cómo ha averiguado María todo eso. Qué le ha contado a Noah y sobre todo cómo alguien de su inteligencia se dedica a poner cafés. Y a vender su cuerpo.

-No es la asesoría lo que le interesa. Es el edificio en sí lo que de verdad quiere.

-¿Porqué? Es una horterada “New Age” de reciente construcción. Fea como el pecado y sin ningún valor histórico, ¿qué puede querer un jeque árabe de él?

-Esa horterada “New Age” guarda un secreto milenario –respondo en tono solemne-. Bajo sus cimientos se oculta un objeto divino, allí abajo está el arca donde Moisés guardó las tablas de la ley. Allí abajo está enterrada el arca de la alianza.

Los ojos de María se despliegan de par en par y abarcan casi toda la terminal.

-Dios mío –exclama-, ¿es eso cierto?

Me permito una dramática pausa antes de responder.

-No.
…..

De vuelta en mi apartamento hago chocolate caliente y meto un par de gofres en el microondas. Necesito una gran ración de azúcar. Y otra mayor de sexo, aunque, me temo, voy a tener que conformarme con los gofres. Le sirvo una taza a María y hago lo propio conmigo.

-Me lo vas a contar, ¿no? –pregunta en un tono triste mientras le sopla al humeante chocolate.

-¿Por qué no? Ya no importa.

-Pues cuando quieras –responde la que fue mi espía particular y la dueña de mis sábanas acomodándose en una de las sillas de la cocina.

-Iba a ser el último gran golpe de Noah. Uno más y lo dejaba. Teme que yo le traicione un día de estos… y no le faltan motivos. El amigo Maktum lleva años buscando el arca de la alianza, está convencido de que existe y pretende dominar el mundo con ella. Eso es lo que el dinero le hace a la gente. La vuelve estúpida. Ha subvencionado varias excavaciones en Egipto, Francia, Irán… y en varios países más para encontrarla. Está obsesionado con ello, de verdad cree que la va a encontrar, y no repara en gastos de ningún tipo.

-¿Y que pinta la asesoría en todo esto? ¿Por qué cree que el arca está enterrada en Tortuosa?

-Porque nosotros se lo hicimos creer. Dentro de unas semanas los herederos de un viejo farmacéutico enormemente rico se reunirán en la asesoría. Queremos unos terrenos que van a heredar. Noah estuvo recabando información de Tortuosa y descubrió que fue parada obligada de peregrinos, caballeros y templarios durante siglos. Aún quedan en la ciudad restos de aquella época, de hecho, la asesoría está edificada en lo que pudo, o no, ser una importante… posada. El caso es que se le ocurrió unir los dos negocios. Compramos la asesoría, les compramos los terrenos a los Villegas, le vendemos el edificio a Maktum y finalmente dividimos la asesoría en acciones y se las vendemos a la junta directiva. Vendemos los terrenos de los Villegas por una cantidad diez veces mayor que la que pagamos por ellos y desaparecemos. Para cuando Maktum se diera cuenta del engaño ya estaríamos muy lejos.

-Pero ¿cómo convencisteis al jeque de que el arca estaba bajo la asesoría?

-Fácil. Demasiado. Sabemos cómo actúa Maktum así que dejamos pistas por Internet que señalaban el lugar. Falsificamos documentos antiguos, los digitalizamos y los colocamos en bibliotecas virtuales de medio mundo. Nuestro amigo árabe se cuela en esos sitios sin permiso y copia todo lo que le parece. Así es como había planeado las excavaciones anteriores.

-¿Y por qué dices que fue demasiado fácil?

-Porque o bien las pistas eran demasiado evidentes o bien el jeque es más listo de lo que en principio nos pareció. Dos semanas después de comenzar la operación mandó a la asesoría un correo electrónico informando de que estaba interesado en comprar el edificio, cuando aún no era nuestro.

-Y dado que nunca lo recibimos he de suponer que Noah lo interceptó.

Sonrío. La mujer perfecta. Y es prostituta. Maldita Carmen Aguado.

-Eso es –aclaro- pero estuvo demasiado cerca y eso puso nervioso a mi socio. Se empeñó en venir a la reunión concertada con Carmen para adquirir la asesoría porque no se fiaba de mí y de mi inagotable deseo sexual. Y una vez allí le ofreció una enorme cantidad de dinero a doña Carmen Aguado.

-Y ella lo rechazó.

-Sí, y Noah dobló la cantidad.

-Y ella lo volvió a rechazar.

-Y él la volvió a doblar.

-Y ella a rechazar.

-Efectivamente.

-Y como fue la única mujer que no pudiste comprar con dinero… te enamoraste de ella.

El silencio es tan evidente como su afirmación. ¿Es que nunca falla una suposición?

-No me enamoré de ella.

-Lo que tú digas –suspira María de mala gana sorbiendo un poco de chocolate-. Eres tan triste Isaac. Y por esa zorra… -susurra para sí mirando el fondo de la taza.

-Nos engañó, desde luego. Nos dijo que nunca vendería un negocio que había fundado su abuelo y nos dejó allí con la palabra en la boca y sin el edificio. Noah ha estado haciéndose pasar por el dueño de la asesoría a través del mail, pero está claro que tanto Maktum como Carmen se han dado cuenta del engaño.

-Y ahora mismo estarán cerrando el acuerdo con un triste polvo de derechas. Por eso te ha mandado a un cursillo de mierda de tres días fuera de la ciudad. O sabe quién eres en realidad o no quiere que sepas que no es más que una zorra presuntuosa. Un puta torpe y egoísta. Eso sí, sin duda va a cobrar más que Paula…

María me cuenta que el jeque le adelantó una cifra por correo electrónico y Carmen la aceptó sin dudarlo. Y ofreció su cuerpo como rúbrica. Va a recibir del jeque diez veces más de lo que le ofrecimos nosotros. Y el jeque va a pagar un tercio de lo que le pedíamos nosotros. Es normal que lo celebren en la cama.

-Y ahora, ¿qué vamos a hacer? Ya no te queda nada que hacer en Tortuosa, y yo…

Contemplo la mirada de preocupación de María y siento algo parecido a un sentimiento dentro de mí. Agarro mi móvil y marco de memoria un número de muchas cifras.

-Noah, soy yo. Los Villegas son el nuevo objetivo. No, no, olvídate de Maktum... Pues porque ahora mismo está follándose a Carmen Aguado.

lunes, 9 de marzo de 2009

Semana 6, uno en el bolsillo y seis en el suelo

-Sabía que la terminarías cagando con esa secretaria, por suerte la chica tiene la cabeza bien amueblada.

El tono de Noah es calmado, casi paternal, no es una bronca, es un “te lo dije”.

-Yo no la he cagado, María y yo teníamos un acuerdo, ella está dentro, comprende que todo lo que hago es por el plan.

-Y una mierda Isaac. Estás enamorado de esa arpía de Carmen Aguado. Por eso insististe tanto en ir tú personalmente.

Noah no es lo suficientemente listo como para haberse dado cuenta él solo, por lo que deduzco que es cosa de María. En realidad no estoy enamorado de Carmen Aguado, es decir, ya no. Bastó una botella de vino y un pésimo polvo para darme cuenta de que no la quiero. En definitiva, nunca podré dejar de ir al psicólogo. Soy un tarado.

-Lo que me molesta es que, pese a todo, siempre te sales con la tuya. Da igual cuánto la cagues, el universo se alinea para que el plan te funcione. Tú y tu puñetera buena suerte.

Pobre Noah, aún se culpa por nuestro fracaso en la reunión con Carmen. Cree que si hubiera ido yo solo, no estaríamos en esta situación. Y, aunque no le falta razón, Carmen es mucha Carmen. Por eso nunca estaremos juntos… porque no la merezco.

-Oye, sé lo que me hago, ¿de acuerdo?, en poco más de un mes he conseguido que la propia Carmen Aguado me dé la llave de su casa. Y sí, me la estoy tirando, pero eso no significa que me haya enamorado de ella, ya me conoces, yo no puedo enamorarme. Estoy aquí con por una razón, dinero. Joder Noah, ¿aún no te has enterado de que yo desprecio a las mujeres?

Sin poder evitarlo rememoro el dulce regalo que María trajo consigo días atrás. No sólo soy un tarado, además soy un imbécil.

-Escúchame bien, la vía informática, de momento, no es segura. Puedo colarme en el sistema de la asesoría, pero puede que deje un rastro, y está claro que Carmencita sospecha algo, de lo contrario no habría contratado a ése maldito analista de sistemas. Cuida de la secretaria, ¿me has oído?, dale lo que te pida, en estos momentos es nuestra mejor baza. Averigua lo que puedas y vete de Tortuosa, no necesitamos tener a dos infiltrados en la asesoría, además, si ya te has metido en la cama del enemigo, ¿qué te queda por hacer allí?

Noah disfruta del rapapolvo. María se ha alineado a su favor y eso me hace débil. Necesito resultados. Necesito averiguar algo en casa de Carmen a parte de… Necesito un bombón finlandés relleno de vodka.

-Me iré de aquí cuando tenga lo que vine a buscar. ¿Qué pasa con los herederos de Villegas? ¿Y qué le has dicho a nuestro amigo Maktum?

-Los herederos de Villegas se reunirán en Tortuosa dentro de un mes, si no nos damos prisa se nos escapará el negocio. Y con Maktum no podemos permitirnos el lujo de la prisa. De momento, descartemos a los Villegas.

-Como quieras.

Llaman a la puerta. Debe ser María con mi trabajo de mañana.

-Noah, llaman a la puerta, debe de ser María.

-Pues ábrele… y cuídala.

Mi primer pensamiento antes de colgar es que María sabe cuidarse sola. Nuestra relación profesional de respeto y sexo se ha ido al garete en menos de una semana. Sus visitas ahora son cortas y a menudo desagradables. Y la de hoy no es una excepción, precisamente. Abro la puerta y me tira los papeles a la cara… Hoy viene enfadada.

-Toma, tu trabajo de mañana. Adiós.

Ante la amenaza inminente de su marcha cierro la puerta. Tengo que cuidarla. No porque Noah me lo diga o porque ella lo necesite… Sino porque me da la gana.

-No te vayas, espera, prueba estos bombones.

Me mira con odio. Con desprecio. Coge un bombón de la bandeja y tira seis al suelo. Menos mal que vienen envueltos.

-Muy rico. ¿Me puedo ir ya?

-Puedes irte cuando quieras, pero ¿me dices por qué estás tan enfadada?

-Porque me has quitado mi dignidad. Me has convertido en una cornuda consentida. Llevo una semana aguantando risitas. Ya no me desean. Ya no me envidian. Ni siquiera me odian. Todos se ríen de mí. He tenido que aguantar las sutiles indirectas de Carmen Aguado, esa zorra presuntuosa, toda la mañana. ¿Cómo puedes meterte en la cama de alguien que habla de sí misma en tercera persona? Dios, Isaac, ¿te enamoraste de esa tía porque no aceptó vuestro dinero? ¿Así de desequilibrado estás? Y lo peor es que sólo hay que verte la cara para saber lo mal que folla la Aguado. Echas de menos a Paula, ¿verdad? Pues sigue echándola de menos… tarado.

Y metiéndose un puñado de bombones en el bolsillo de la chaqueta se va dando un portazo.

Recojo los papeles del suelo, los pongo sobre la mesa y descubro que tengo un mensaje en el móvil, de Carmen. “María no sospecha nada, nuestra pasión es ilimitada y silenciosa, te veo mañana en la oficina”.

-¿Oiga, es el servicio de acompañantes distinguidas? Le llamo desde Tortuosa…

-¿Tortuosa? ¿Es usted Isaac?

-Pues sí señora, verá quería…

-Quería usted robarme otra chica. Pues ¿sabe lo que le digo?, que se puede ir usted a la mierda.

miércoles, 4 de marzo de 2009

(Interludio) Noah Salvatierra

Noah Salvatierra siempre lo tuvo todo. Todo menos suerte. Su padre era un terrateniente mexicano y su madre una visionaria empresaria estadounidense, por lo que tuvo una crianza fácil gracias al dinero del primero y la nacionalidad de la segunda. Estudió en los mejores colegios de San Francisco donde demostró tener talento para las ciencias y estuvo allí para ver explotar su verdadera pasión, la informática.

Pese a su talento y sus facilidades fracasó en todo lo que se propuso. Nunca obtuvo nada más allá de sus títulos académicos. Cada empresa que creó, quebró. Cada relación que empezó, terminó. Cada riesgo que tomó, le pasó factura. Y así fue como terminó en la cárcel.

Allí dentro tuvo tiempo para pensar e identificar a su enemigo. La variable. Repasó cada negocio legal e ilegal que había emprendido y pudo ver con claridad que, según su plan, no había opción al fracaso, pero que en cada uno de ellos había aparecido una variable que había dado al traste con todo. Se prometió a sí mismo tener en cuenta todas las variables en cuanto saliera de la cárcel. Y así lo hizo. Y volvió a la cárcel.

Su segunda estancia fue mayor. Ya era un criminal, un ladrón, y uno torpe, al parecer. La variable había vuelto a acabar con sus sueños. Pero no se dio por vencido. Siguió aprendiendo informática. Dio la bienvenida a Internet y se convirtió en un gran programador. Delante de un ordenador era fácil ver todas las variables.

Siguió programando para otros, ya que su intento de establecerse por su cuenta había fracasado de nuevo, lo que le hacía infeliz. Lo había podido tener todo, pero la maldita variable… Volvió a intentar quebrantar la ley una vez más y de nuevo hubiera fracasado de no ser por un adolescente llamado Isaac.

Aquél crío español formaba parte de la banda que había utilizado para llevar a cabo su plan, un silencioso robo en las oficinas de una importante constructora. De haber sabido de la presencia de un niño hubiera cambiado de banda, o de país, y sin embargo había resultado ser la solución a todos sus problemas. La noche del robo salió mal. Lo que iba a ser un plan maestro acabó con seis muertos y un chaval en un reformatorio. Y una gran suma de dinero perdida en una explosión.

Dos años más tarde Isaac salió del reformatorio y fue tomado como pupilo por Noah, en agradecimiento por no inculparle… y por haber rescatado el dinero.

Después de aquello Noah no volvió a fracasar en nada en que participara su pupilo. Isaac era su amuleto, su defensa contra la variable, su chico afortunado. Tardó demasiado en darse cuenta de que no era cuestión de suerte. Isaac sí veía las variables y las evitaba. Cada negocio, cada plan, siempre era retocado por su pupilo hasta hacerlo suyo, hasta hacerlo triunfar. Isaac siempre encontraba el camino. Y le envidiaba eso.

Juntos se hicieron ricos, muy ricos. La avaricia fue mayor que la envidia y Noah ascendió a su pupilo a socio. Noah ideaba el negocio e Isaac lo llevaba a cabo… después de retocarlo.

Pasaron los años y Noah tuvo noticias de muchos negocios hechos a sus espaldas por Isaac. Al fin el joven aprendiz se había dado cuenta de que no le necesitaba ¿o acaso lo había sabido siempre? De cualquier manera había llegado el momento de deshacerse de Isaac o de jubilarse antes de que Isaac se deshiciera de él o lo jubilara. Y para ello necesitaba dar un último gran golpe, el último gran negocio, para poder olvidarse para siempre del dinero y poder retirarse como un ganador.

De no ser por aquella maldita mujer ahora estaría tomando una piña colada en Long Beach, o en alguna isla perdida en mitad del Caribe, sin tratados de extradición y con una buena conexión a Internet. Sin embargo allí estaba, pegado al ordenador, pendiente de los sentimientos de una secretaria y rezando para que su socio se mantuviera lejos de las sábanas de Carmen Aguado. Maldita Carmen Aguado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Semana 5, dama y as al descubierto.

Nunca el chocolate me supo tan dulce. Las puntas de nuestros tenedores de postre se entrechocan ligeramente en un lance de la lenta carrera en la que competimos. El brownie va desapareciendo poco a poco, pero aun así con demasiada rapidez. Voy a pedir otro, necesito pedir otro, uno que sea eterno, que alargue este momento de inusitada felicidad en mi vida. No quiero estar en ningún otro sitio, ni haciendo otra cosa, ni con ninguna otra persona. Esto debe ser lo que las personas normales llaman “enamorarse”. Y me encanta.

-Tenías razón Isaac, es el mejor brownie que he tomado nunca.

Las nueces, la mantequilla y el chocolate no son capaces de igualar la dulzura de las palabras de Carmen Aguado, mi amada enemiga.

-Te lo dije, Carmen, ha valido la pena mudarse a Tortuosa sólo por poder probarlo. Y por poder conocerte, por supuesto.

-Adulador.

Su sonrisa tímida me hace estremecer. Su pelo perfectamente moldeado a secador, su impoluto uniforme de ejecutiva y su planeado maquillaje para disimular sus incipientes arrugas de expresión hipnotizan mis sentidos. No hay nadie más aquí, ni en ninguna parte. No existe nada en el mundo aparte del entrechocar de nuestros tenedores. Me siento como nunca lo he hecho. Me siento distinto, soy distinto. Soy casi normal. Cincuenta brownies más y tal vez pueda dejar de ir al psicólogo.

-Vaya –suspira Carmen con una triste expresión en su bien conservado rostro- se ha acabado.

-Pidamos otro –propongo sin pensarlo un instante.

-No, por favor, a mi edad es más difícil guardar la línea.

-¿Edad, línea? Por favor, Carmen, lo dices para que te regale los oídos. Eres la mujer más atractiva que he conocido nunca, y aún te quedan décadas de belleza. Cualquier hombre se sentiría el más afortunado del mundo si le permitieras… Quiero decir que… eres preciosa.

Bajo el maquillaje sus mejillas se ruborizan. Es tan… Carmen Aguado. Me sonríe. A mí. Bueno, a Eduardo.

-Eduardo, ten cuidado con las cosas que dices… sé que estás comprometido… y yo quiero a la pequeña María como si fuera una hija…

La picardía en sus ojos no deja lugar a la duda. Miente, aunque dulcemente.

-María no es tan pequeña… si acaso la podrías querer como a una hermana. De cualquier modo, no creo que estemos haciendo nada malo. Sólo conversamos agradablemente mientras disfrutamos un delicioso pastel. Además, estamos aquí por negocios.

Carmen me sonríe y asiente. Saca un pequeño dossier de su portafolio y me lo ofrece. Yo lo tomo sin perder de vista sus ojos. Ella me sostiene la mirada y, finalmente, libera el documento. Ha sido un momento mágico.

-Este es tu nuevo contrato, entrará en vigor en cuanto finalice el que tienes actualmente, yo lo hubiera querido hacer de otra manera, pero la junta me tiene atadas las manos. Léelo atentamente y si estás conforme con las condiciones…

Saco mi estilográfica del bolsillo de la americana y firmo las dos copias del documento sin leerlo. No lo necesito. Confío en ella. Y lo hago bajo un nombre falso.

-Confío en ti Carmen, sé que mi andadura en “Aguado Asesores e Inversores” no ha hecho más que comenzar.



Una sonrisa estúpida lleva toda la tarde acampada en mi boca. A mi mente regresan algunos de los momentos compartidos con Carmen en el “Arthurs”. Sus ojos, su boca, sus delicadas arrugas al final de los ojos, su perfumado pelo rubio… Soy incapaz de sacarlos de mi cabeza. Carmen, Carmen, Carmen. ¿Qué pasará cuando acabe la partida y tenga que enseñarte mis cartas? ¿Qué será de nosotros cuando te muestre un as y cinco comodines?

El sonido del timbre me arranca de mis metáforas lúdicas y me devuelve a mi inusualmente feliz realidad.

-Hola Isaac.

María parece hoy extrañamente animada, casi feliz, esto debe de ser contagioso.

-Hola María, pareces contenta.

-Tú también –me responde con una deslumbrante sonrisa.

-¿Y por qué no lo iba estar? Desde que soy tu novio todo nos va a pedir de boca. ¿Tienes papeles con números para mí?

-Tengo algo mejor que eso –la sonrisa de María abarca ya toda la habitación y parte de la cocina-, tengo un regalo para ti.

-¿En serio? ¿Y dónde está?

-Justo aquí –dice, y me estampa en los labios el beso más dulce que jamás le hayan dado a nadie. Un beso corto pero lleno de intensidad. De inocencia. De cosas a las que no puedo poner nombre porque no conozco.

-¿Y esto? –Pregunto tras reponerme de la sorpresa- ¿A qué se debe?

-Me ha llamado tu amigo Noah –responde con una naturalidad que no corresponde. Ella no sabe quién es mi socio, o al menos no debería-. Ha sido muy amable conmigo, tal vez demasiado, ha llegado a ser condescendiente, pero no se lo tengo en cuenta, después de todo, no me conoce.

-¿Y por qué te ha llamado? –interrogo intentando mantener la naturalidad con la que María, mi espía, trata el asunto.

-Porque Carmen ha contratado a un informático nuevo. Uno muy bueno, que me ha contado un montón de cosas que no he entendido, pero que están aquí –relata orgullosa enseñándome su teléfono móvil-, anda detrás de alguien que se cuela en nuestra red. Tu socio, con toda seguridad. Y al ver que el camino informático se le está acabando ha llegado a la acertada conclusión de que soy fundamental en vuestro malvado y misterioso plan.

Sonríe muy satisfecha de sí misma. Todo lo que relata son suposiciones, pero de momento no ha fallado ninguna.

-Sigues sin decirme por qué te ha llamado.

-Me ha llamado porque no se fía de ti. Porque cree que de un momento a otro vas a partirme el corazón e iré a contárselo todo a nuestra amiga Carmen entre amargos sollozos. Porque cree que me has embaucado para que me acueste contigo y trabaje para vosotros. Porque no sabe que me pagas por todo lo que hago. Por todo. Y si no lo sabe es porque no se lo has contado. Y si no se lo has contado a él… no se lo has contado a nadie.

Y ambos sonreímos. En el poco tiempo que nos conocemos hemos compartido demasiado como para que no exista cierta complicidad entre nosotros. Tengo una corta lista de mujeres a las que no odio y María está en ella.

-Esto acabará antes o después, y cuando lo haga será bueno para ti, te lo aseguro. Y Paula podrá desaparecer sin dejar rastro.

Mis palabras la hacen sonreír de una manera pícara. Se acerca a mi ventana y baja la persiana casi totalmente, dejándonos en una agradable penumbra. Luego me toma de la mano y me conduce hasta un butacón donde gentilmente me obliga a sentarme.

-Hasta entonces –me susurra- dejemos que Paula cumpla con su deber.

Antes de que pueda darme cuenta alcanza mi equipo de música y lo alimenta con un disco compacto salido de no se sabe dónde.

-¿Te gusta Toni Braxton, Isaac? –pregunta de espaldas a mí.

-¿Toni Braxton? Eh…

- Pues desde hoy te va a encantar –concluye sin dejarme terminar.

Desde el equipo Toni comienza a pedirnos que lo dejemos ir a su aire, que lo dejemos fluir. Que todo va a ir bien. Paula por su parte canta con voz muda la misma canción y sonríe. Ora pícaramente, ora dulcemente acompañándola de una tímida caída de ojos. Y al compás de la canción y de las sonrisas comienza a quitarse la ropa. De espaldas a mí, mientas mueve sus caderas sensualmente y a cámara lenta su chaqueta vuela lejos de allí. Su camisa blanca me deja ver la ropa interior pese a la poca luz. Me acomodo en el sillón y me relajo, no hay prisa, esta vez no.
Como siempre se quita los botones uno a uno, haciéndonos disfrutar a los dos del proceso. Justo cuando acaba con el último acaba la canción, pero afortunadamente vuelve a sonar desde el principio sin dar una oportunidad al silencio. Camisa y falda caen a la vez y en ropa interior mi espía baila para mí haciendo gala de una sensualidad que nunca había visto. Y yo he visto muchas cosas.
En lo que me parece un siglo Paula se quita el sujetador, primero los broches, luego un tirante, luego el otro, luego… fuera. Sus precisos pechos parecen más grandes y perfectos que nunca y, por si quedaba alguna duda, entrecruza sus dedos por detrás de la cabeza y baila semidesnuda bamboleando su cuerpo al ritmo que marca la privilegiada voz de Toni Braxton que efectivamente comienza a encantarme.
Miro a los pezones de Paula y ellos me devuelven la mirada. De nuevo la canción comienza a sonar desde el principio, lo que nos coloca en una espiral infinita de deseo. Por la manera en que tararea en silencio la canción está claro que se la sabe de memoria, y por la manera en que empieza a tocarse está claro que sabe lo que hace. Acaricia sus pechos del modo correcto, pausada y tiernamente, con el grado de perfección que siempre he buscado y nunca he conseguido. Sólo ella puede humedecerse la punta de sus dedos y acariciar sus erectos pezones de un modo tan elegante.
La cabeza comienza a bombearme. Mis sienes están a punto de estallarme. No sé cuánto más voy a poder quedarme sentado sin saltar sobre ella. La situación parece relajarse cuando decide enseñarme la espalda en lugar de sus titilantes fuentes de deseo, sin embargo, al acariciarse la nalga izquierda, desnuda debido al tanga, siento como si toda la sangre de mi cuerpo me abandonase para poder mantener eternamente mi erección. Con un leve movimiento de muñeca simula un diminuto azote que me obliga a golpear el butacón con mi nuca. Me sonríe, se lleva un dedo a los labios, invitándome a mantenerme en silencio y comienza a bajar el mismo dedo recorriendo toda su anatomía… pero justo cuando su mano baja de la cintura Toni Braxtón decide dejar de cantar.

No me lo creo. Un apagón justo ahora. Ella me sonríe divertida, mi cara debe de ser un poema. Me hace un silencioso gesto para decirme que no me preocupe, que no necesita ni electricidad ni música para seguir cuando suena mi móvil. Lo cojo con ansia con la intención de lanzarlo por la ventana cuando, acobardado, me enseña en la pantalla el nombre de quien me llama. Carmen Aguado.

-¿Hola? ¿Carmen?

-Hola Isaac, ¿estás ocupado?

-Pues…

-Estás con ella, ¿verdad?

-Sí –respondo automáticamente.

-¿Qué tal si pones una excusa y vienes a mi casa, a compartir una botella de vino?

-Dalo por hecho –sonrío.

Cuando cuelgo María ya ha recuperado su ropa interior y su camisa, aunque las sostiene en la mano sin ningún cuidado de que se arruguen. Apretando los puños con fuerza en torno a ellas.

-Era Carmen.

-Ya me lo he supuesto –replica-. Y te vas. Con ella.

-Sí –mascullo sin mucho brío.

-Comprendo –lanza de nuevo su ropa al suelo y alcanza la puerta, junto a ella reposa su eterna carpeta. De allí saca un pequeño dossier, muy parecido al que Carmen me entregó horas antes- comprendo muchas cosas… Antes de que te vayas quiero que tengas esto. Ya que no vas a poder disfrutar del regalo de Paula al menos quédate con el mío.

Abro el regalo y me devuelvo la mirada desde una foto. Dos fotos. Muchas fotos. Fotos de carné, recortes de periódicos, un par de fotos con Noah y varios documentos acerca de mí. Información sacada de Internet, algunas fotocopias, mi expediente académico y la mitad aproximada de mi ficha policial.

-Estás más guapo así, de moreno –suspira en un tono gélido- o menos feo, más bien.

Dejo caer el dossier sobre la mesita de café y la interrogo con la mirada. A mi pesar mis ojos se desvían a su pecho desnudo.

-¿Significa esto que ahora pretendes chantajearme? ¿Que vas a llamar a la policía o algo así?

-No Isaac. No voy a ir a la policía. Sé que cuando todo termine el resultado será bueno para mí. Esto significa dos cosas. Primero que ahora trabajo para ti, pero también para tu socio. Y segundo y más importante… esto significa que es la última vez que me ves desnuda.

Y tras recoger toda su ropa del suelo se encierra en mi cuarto dando un sonoro portazo.

Bajo las escaleras con un amargo sabor en la garganta. Pese a que me espera el dulce vino de Carmen estoy convencido de que coger el teléfono ha sido una de las peores ideas que he tenido nunca pues, justo cuando se encerró en mi habitación dando un portazo, caí en la cuenta de que el baile era un regalo de Paula, pero el beso… ese beso lleno de inocencia… era de parte de María.